Ramón Rodríguez ha sido y continúa siendo un visionario. Fue persistente en su empeño por dar soluciones a necesidades en el sector ganadero primero con bombas para purines y luego a través de la fibra de vidrio en una época en la que simplemente desplazarse o comunicarse era toda una odisea. En la actualidad sus descendientes han abierto aquel sendero y crearon FIBRASTUR ampliando y diversificando el mercado con nuevos productos y a otros sectores como el industrial y venden a distintas empresas punteras en la región.
En el año 1927 en Casa Tomasín de Bustellón nacía Ramón Rodríguez en una familia de cinco hermanos dedicada a la labranza. Ayudaban a sus padres, eran tiempos difíciles tanto antes como después del estallido de la Guerra civil a la que tuvo que acudir uno de sus hermanos. “Teníamos que arrancar la vida de la tierra, no como ahora que está todo mecanizado”, explica. Hombre emprendedor y activo, su gusto por la música le llevó a tocar el saxofón cinco años en un conjunto mientras continuaba trabajando el campo.
En la década de los años 40 recuerda que los peritos de extensión agraria se interesaron por mejorar y modernizar las cuadras de ganado de la época con la incorporación de estercolero para los purines. Ramón visitó una de aquellas granjas ya modernizadas y regresó a casa “entusiasmado” porque vio las buenas condiciones en las que estaba el ganado y como su padre le apoyó, ya que vivían de ello, se interesó en mejorar la suya. Dicho y hecho. “Fui el único que lo hice, un local dependiendo de la ganadería con un pasillo central y una poceta para recoger los purines del abono”, comenta. Pero empezaron las complicaciones. “Había pensado en todo menos en cómo se devolvían los purines arriba de la pila, y una persona tenía que pasar el purín a caldero a otra que estaba encima de la pila. Era un gran problema”, relata. “La mejor solución era comprar una bomba, pero no fue nada fácil”.
Inicio: las bombas
Tras visitar en Tineo la ferretería de Baldomero, vieron que no tenía una bomba que se adaptara a las necesidades de Ramón. También visitó a un chatarrero pero tampoco le dio solución para tal fin de la bomba, pero le facilitó como alternativa visitar en Gijón una casa de suministros industriales donde le informaron que para el purín se necesitaba una bomba especial ya que “los residuos atacan el metal y debería ser de acero inoxidable o bronce, pero que el coste a fábrica al solo necesitar una, sería muy elevado”. Ramón regresó a casa “desorientado” y pensó “si no vale lo que hay inventado, ¿quién inventa otra cosa?”. La necesidad le llevó a pensar en ello y cómo resolver aquel problema. “Me vino a la cabeza hacerla a mi manera de cemento, necesitaba un tubo pulido de pvc e hice muchos modelos, pero ninguno iba bien”, explica. Su tesón lo llevó a seguir insistiendo y “a duras penas hice una que aspiraba, pero había que echarla igual encima de la pila, lo que hacía falta era la forma de que hubiera presión para extraerla y luego también para expulsarla mediante presión. Tuve muchas equivocaciones pero conseguí una que daba resultado e incluso impulsaba el purín a bastante distancia”, relata. “Todos los que tenían estercolero estaban aburridos con el mismo problema que yo. En una feria en Navelgas, un ganadero me dijo que sabía de mi invento para regar el purín del estercolero y vino a casa a ver cómo funcionaba. En la vida todo empieza así… y me dijo, “cóbrame lo que sea pero tienes que hacerme una bomba así, y aunque tuve que dejar un poco de lado el ganado para hacerla, fue mi primer encargo y enseguida tuve otras tres personas interesadas en ello”. El sistema de funcionamiento dispone de una palanca que para aspirar, abre y cierra una válvula abriendo una segunda válvula de paso que a través de un trozo de manguera expulsaba el purín a distancia, “era una maravilla regar así comparado con el trabajo de hacerlo a cubos”, explica. Ramón Rodríguez ya fue consciente de que era el comienzo “de un gran filón de trabajo”. Tras servir otros dos encargos para San Pedro y Villar, le solicitan una para Alienes en el concejo de Valdés, donde el problema era el transporte, ya que no había “ni carretera, ni coche, ni teléfono”. El precio al que vendía las bombas, 3.000 pesetas, “era lo que costaba en aquella época un ternero y vi que el negocio podía dar resultado”. Para transportarla para la entrega, Ramón vivió toda una aventura. La llevó un sábado por la tarde a caballo a Bárcena para ir de domingo hasta Luarca en El Correo, pensando llegar con ella hasta Castañedo en un camión y luego que le comprador bajase por ella con un caballo. Tuvo la complicación de que al ser domingo no pasaban camiones por Luarca, pero terminó llegando a destino en uno que transportaba antenas de televisión. Recuerda que tras pasar una noche de “esfoyón” en casa del comprador, instaló la bomba y regresó a casa. En el tiempo que estuvo de espera en la villa marinera, se encontró con un amigo que tenía tienda de ultramarinos y le informó que en la zona había un estercolero por casa y que un amigo suyo querría una bomba. Con el mismo sistema de transporte hasta Luarca, llevó el encargo. Este otro comprador era “un hombre muy comercial, repartía pescado con una moto” y le ofreció vender sus bombas, ahí empezó el negocio, con un vendedor a comisión de 200 pesetas que ya le hizo un primer encargo de ocho bombas.
Fue necesario dar un paso más y dejar el ganado en un segundo plano, ya que las bombas eran un negocio más rentable. Para ese volumen de trabajo para él solo, Ramón vio la necesidad de contar al menos con 10 moldes como mínimo. “Tenía madera y herramienta, mi padre era ebanista y esa época amanecía haciendo moldes”, recuerda. Organizó los tiempos, “un día preparaba los moldes y otro rellenaba y sacaba las piezas, llegó un momento que no daba abasto, porque en 20 años debí vender unas 1.200 bombas”, comenta. Con el boom del negocio también le surgieron imitadores, pero duraron poco tiempo ante el mal resultado de sus bombas. Ramón no tenía ayudante para que no se conociese su técnica, a la que tanto le costó llegar, ya que “había que hacerlas en dos tiempos”, pero llegar a ello le costó conseguir el truco.
Tras hacer el encargo de ocho bombas, su “comercial” le sugirió exponerlas en la Feria de Muestras de Vegadeo, concretamente en su sexta edición. “Allí no había nada parecido y las bombas tuvieron mucha aceptación y abrimos mercado también para Galicia”. En 1966 llegó la carretera al pueblo y Ramón compró un Land Rover para poder desplazarse y hacer sus ventas.
Aparecen las cubas
Tras varios años, llegaron al mercado las cubas de riego para purines. Con esta novedad, los pedidos de bombas descendieron. Ramón vio oportunidad en ello y en 1978 se fue a Alcalá de Henares (Madrid) a realizar un curso para el manejo de fibra de vidrio a una fábrica. Tenía demanda de depósitos de agua para el ganado y de cubas para purines. Allí aprendió lo básico e hizo su primer pedido de fibra de vidrio, pero regresó a su pueblo sin la fórmula para hacer las cubas, con el objetivo de conseguir hacer válvulas de seguridad que no se pudiesen manipular, así como la forma de las compuertas y cómo hacer los moldes. “Encargué a un carpintero el primer molde y junto a un primo y un vecino, nos embarcamos los cuatro en la labor de conseguir fabricar cubas de presión de fibra de vidrio”, explica. “Las cubas cargan mediante un depresor que absorbe y luego las lleva el tractor a la finca. Allí cambia de sentido el depresor y se esparce por la finca. El primer modelo de cuba, era ovalado, para evitar el vuelco. Pero no les dio resultado. Consiguieron hacer una redonda y la presión no les daba problemas. “Primeramente se empezó a trabajar con poca presión y trataban de manipular las válvulas pero al ser de fibra, no les quedaba otra que llamar y decir que se habían roto. Veíamos que era manipulación y fuimos perfeccionándolas para que no se pudieran manipular”, relata.
En una feria se encontró “con Milio de La Espina (entonces T.H.G. hoy ASTURCERES) que vendía tractores y también cubas de hierro. Le comenté mi idea de hacerlas de fibra, un material más ligero, que no se oxida y me dijo que contase con él para venderlas, así lo hicimos y ya fue cuando hice una nave y los cuatro empezamos a trabajar y mejorar las cubas, vendimos más de 500 unidades”, relata Ramón.
Otros productos de fibra
La evolución en los productos que vendían comenzó con las artesas para el embutido tras comprobar la autorización de la fibra para manipulación de alimentos, en este caso concreto de la carne. “Probamos en hacer un molde por una artesa de madera y aquello fue un éxito. Yo metía varias en el coche e iba por los pueblos enseñándolas y se vendían”, afirma Ramón. Recuerda que dejó una en Ayones para que la gente la viese y probara su comodidad.
Después vinieron los depósitos para gasoil, depósitos para agua, los repartidores de agua para traídas de los pueblos… la empresa fue evolucionando con el paso de los años y en la nave primigenia trabajaron también sus tres hijas y los yernos, ya que sus descendientes continúan en la actualidad con el negocio, Fibrastur, empresa ubicada en el polígono industrial de La Curiscada en Tineo.
“Hoy en día se ha llegado con el negocio a una dimensión que jamás pude imaginar”, valora. El paso a nave industrial abrió mercado a otras oportunidades. “Trabajamos con una multinacional y nuestras piezas de vidrio llegan a muchos países. Se continúa trabajando con calidad y buenos moldes”, comenta.
“Estoy encantado, tengo que darle gracias a Dios por haberme dado ganas de trabajar y salud para ello, esa es la importancia de la vida”, concluye.