Jaime Izquierdo, Comisionado para el Reto Demográfico
La pérdida de población activa y el abandono del medio rural han supuesto un problema demográfico para Asturias en las últimas décadas. Este escollo, sumado a las consecuencias de la crisis sanitaria, nos hace afrontar un período de incertidumbre. Para hablar de estos temas, entrevistamos a Jaime Izquierdo, Comisionado para el Reto Demográfico del Principado que recientemente ha firmado un documento de colaboración para buscar soluciones al despoblamiento rural. El objetivo es establecer unos principios de aplicación práctica para el despegue de nuevas economías locales agroecológicas y diversificadas.
-¿Cómo afectará la etapa post-covid al ámbito rural?
-Lo dividiría en tres puntos de vista. La primera es la reacción de miedo y susto. En las ciudades es donde se sufre el mayor impacto en cuanto a número de muertos y de infectados. Esto produce un sentimiento de pensar en lo rural como un lugar de refugio, casi de la misma manera que cuando se produce una guerra, pensamos en meternos en un sótano buscando un lugar seguro. Esta reacción duraría lo que dure el miedo. Es decir, desaparecido el peligro, la gente volvería a su sitio. Con lo cual, es una reacción ocasional momentánea. La segunda reacción es circunstancial. Estamos en verano y, al rebufo de la pandemia, parece más saludable tener unas vacaciones rurales en lugares con campo y baja densidad de población. Los territorios que tienen turismo rural van a tener una buena ocupación y los territorios que tengan turismo de concentración van a tener menos ganancias o menos funcionamiento que otros años. La tercera visión sería de carácter estructural. No tiene tanto que ver con el retorno al rural, sino con la desconcentración de las grandes ciudades en favor de las capitales de provincia, las villas y las aldeas. En términos de distribución territorial tenemos que empezar a evaluar si las grandes ciudades son saludables (que ya sabemos que no) y si la vida en una villa o en una ciudad intermedia es más beneficiosa y confortable. Conviene tener en cuenta la posibilidad de la desconcentración de lo urbano y las posibilidades de las empresas de trabajar en remoto. La covid-19 es una especie de infarto que le ha dado a la humanidad y, cuando esto pasa, tenemos que cambiar de hábitos de vida.
-¿Cuál es la situación actual de Asturias en cuanto a la despoblación?
-El reto demográfico tiene dos formas de abordaje. Una desde la estructura demográfica, que es la que es. Tenemos una población envejecida que sabemos que se va a seguir envejeciendo en los próximos años, tenemos pocos nacimientos y el problema de que la gente joven se está yendo a otros lugares. Esto provoca un desequilibrio por el que la cantidad de jóvenes asturianos preparados que se van, no compensa la llegada de inmigrantes. Esos inmigrantes que llegan no son suficientes como para plantear un relevo generacional o revertir la situación. La segunda cuestión es abordar un problema basado en la geodemografía, dónde vive la gente. Bien sabemos que Asturias responde a un modelo de carácter nacional. Se calcula que un 80% de la población vive en zonas urbanas y el 20% restante vive en zonas rurales. La idea de plantear un Comisionado para el Reto Demográfico viene a reconocer el problema. Este problema no tenía una plasmación real en intención política de Gobierno. No habrá soluciones inmediatas a un problema estructural de este calibre. Apostamos en los años cincuenta por un modelo de concentración industrial que supuso el vaciamiento del entorno rural, y sesenta años después estamos sufriendo las consecuencias. Tampoco hemos de olvidar que Asturias ha sido una anomalía demográfica en los años sesenta. En ese período vino mucha gente a trabajar. Esa gente envejeció y ahora tenemos la resaca.
-¿La solución?
-En definitiva, la solución al problema demográfico tiene que venir con el cambio de paradigma del modelo de desarrollo. Si somos capaces de poner en marcha modelos de desarrollo desconcentrados y de hacer que venga gente a trabajar a la región, podremos arreglar la demografía.
-La impresión de la gente de los pueblos es que es tarde para solucionar el problema demográfico. ¿Qué opina?
-Para mí, que tengo 62 años, es tarde para correr el Tour de Francia. Pero no para que lo gane un asturiano. Es tarde para gente de mi edad o mayor, pero no para Rodrigo Cuevas que ha vuelto a vivir en un pueblo, por ejemplo. Lo que tenemos que pensar es en cuáles serían las condiciones ideales para el regreso de la gente joven a Asturias y a sus pueblos. Probablemente, yo biológicamente no lo vea, porque es un proceso que nos va a llevar bastante tiempo. Me niego a pensar que, en términos absolutos, es tarde.
-Recientemente, ha hablado usted de la opción de cambiar la segunda vivienda por la primera.
-Lo dije en el Congreso de los Diputados. Esto está provocando reacciones porque nadie se lo había planteado. A veces conviene que ocurran estas cosas para darse cuenta del valor que puede tener una segunda residencia, pero esta no puede ser una copia de una residencia urbana. Las realidades del campo y las de la ciudad son diferentes. Tenemos que asumir que los códigos y la cultura del medio rural son distintos a los de las ciudades. Si no hacemos eso, sólo se construirían réplicas rurales de lo urbano. La primera condición de una aldea o pueblo es producir alimentos y manejar el entorno. Si esto no se produce podemos tener incendios, plagas de garrapatas, problemas con los jabalís… El campo necesita manejo. Esos problemas ya los estamos sufriendo ahora. Las ciudades tienen que repensar su relación con el campo y las aldeas tienen que recuperar su función original, que era la de gestoras del territorio. Se la hemos quitado por los sistemas de producción intensiva en la agricultura, que se fueron a lugares de mayor venta y por el éxodo rural. Además, las políticas de conservación de la naturaleza nunca consideraron que la gestión del territorio que habían hecho los campesinos tenía un valor importante en la conservación de la biodiversidad. Ahora estamos pagando el error de la concentración y el error de la desconsideración hacia el valor de las culturas campesinas respecto a la conservación del territorio.
-El concepto de ganadero o agricultor estaba denostado. La gente joven se queda en el campo ahora por convicción y orgullosa de ello.
-Hay una recuperación del orgullo y del valor. Mucha gente ha trabajado al respecto estos últimos años. Durante esta pandemia, los sistemas de agroalimentación han funcionado bien y los supermercados no han quedado desabastecidos. Deberíamos aprovechar para mejorar que los sistemas agroalimentarios estén más territorializados. Ahora estamos mucho más pendientes de las multinacionales de la alimentación. Podemos encontrar los mismos productos en una nevera de Oviedo, que en una de un pueblo. Por tanto, tenemos pendiente un ejercicio de relocalización de los sistemas productivos alimentarios locales, que tienen margen de crecimiento. El regreso a las agriculturas territoriales es menos contaminante, requiere menos transporte y genera empleo.
-Con la pandemia los productores han optado por el servicio a domicilio y las tiendas online. ¿Qué opina al respecto?
-Es una buena noticia. Con el tema de la alimentación ha funcionado bien, pero lo que llama la atención es la importancia de esos sistemas agroalimentarios. Tenemos que recuperar lo local y buscar nuevas formas de comercialización. Si existe un médico de cabecera, ¿por qué no un agricultor de cabecera?
-El teletrabajo era algo impensable y ahora es una realidad.
-Efectivamente. Hay que solucionar algunos problemas de conciliación, habrá un montón de ventajas, como poder estar más en casa y poder realizar asuntos de forma remota. Yo creo que esa es la gran novedad de la situación actual. Con el teletrabajo se gana tiempo, calidad de vida, se evitan riesgos y accidentes, y se reduce la contaminación. No se trata de renunciar al placer de viajar, sino a la incomodidad de tener que desplazarte para labores que se pueden hacer mediante una videoconferencia.
-¿En qué consiste la colaboración del Principado con la Sociedad de Estudios Vascos?
-Hace unos años, los vascos empezaron a trabajar en el tema y, casualmente, coincidimos en un debate en el Parlamento Navarro. Nuestro objetivo principal era definir qué era la economía en una aldea, pero llegó el confinamiento y nos trastocó todos los planes. Aún así, pudimos trabajar por videoconferencia y llegamos a la conclusión de que una aldea no es tal si no maneja y gestiona su sistema agroalimentario local. Esa es su primera economía. En este sistema, todos los elementos están relacionados. Todo el territorio tiene que estar funcionando para producir paisaje, biodiversidad y alimento. La segunda economía es complementaria. En nuestro caso, esta economía sería el turismo rural, que se va a ver beneficiado si hay un sector agroalimentario fuerte que aporte un valor diferencial. La primera economía aporta saberes y sabores al turismo rural. Ejemplo de ello es que una de las cosas que más aprecian nuestros turistas cuando van al medio rural son los desayunos de pueblo. Si tú vas a una aldea y te ponen pan de pueblo, leche de casa, fruta y queso de la zona es algo que aporta un gran valor añadido. Otro de los factores determinantes es el mantenimiento del medio natural. Nuestro turismo se basa en gastronomía y paisaje y no hemos de olvidar que el sector agrícola juega un papel fundamental. A partir de estas bases, vamos a ver qué pueblos y aldeas quieren desarrollar este proyecto.
-Entonces ¿son los pueblos son que se han de prestar voluntarios a esta experiencia?
-No vamos a ser las Administraciones las que gestionen este proyecto, sino los propios vecinos de los pueblos los que tienen que tomar la iniciativa. Si quieres que tu pueblo cambie, tienes que moverte para hacerlo. Si en un pueblo no hay comunidad ni asociaciones, no hay nada que hacer. Si la aldea no tiene identidad, no tendrá futuro.