La ganadería extensiva asturiana como parte de la solución a los retos ambientales de la región

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Por José Antonio González Díaz, profesor asociado de la Universidad de Oviedo  y Rocío Rosa García, investigadora del SERIDA

En plena transición ecológica, la identificación de las actividades económicas con capacidad de ayudarnos a definir un modelo territorial sostenible para la región, es una de las tareas ineludibles si queremos afrontar con éxito los desafíos y retos ambientales en los que estamos inmersos. Entre esas actividades, la ganadería sigue siendo a día de hoy la actividad económica que mayor superficie gestiona en Asturias (más del 50 %), y de la que dependen un sinfín de prestaciones (los llamados servicios ecosistémicos), que benefician a una sociedad asturiana que desconoce en gran medida el origen y las prácticas que las sustentan.

El término “ganadería” engloba sistemas de explotación, especies, razas, manejos y grados de intensificación productiva muy variados, por lo que una correcta contextualización es esencial para valorar de forma honesta y justa sus múltiples implicaciones ambientales. Poco o nada tienen que ver los modelos extensivos con razas locales y basados en los recursos naturales, con macrogranjas especializadas en razas altamente seleccionadas y dependientes de insumos que requieren elevadas cantidades de combustibles fósiles.

Entre los retos ambientales a los que se enfrenta la ganadería en Asturias caben destacar los asociados a las transformaciones en los usos del suelo, la biodiversidad y el cambio climático. Estos desafíos están interrelacionados y para afrontarlos debemos conocer las dinámicas productivas que los están originando. La intensificación productiva y el abandono operan en direcciones contrarias pero generan similares resultados: la simplificación/desaparición de los manejos eficientes de los recursos naturales. Cómo abordar estos cambios y sus consecuencias es uno de los grandes desafíos inaplazables frente al Cambio Climático.

El paisaje como producto y expresión de los diferentes modelos de explotación, es un excelente indicador ambiental de las dinámicas en el campo asturiano. Su pérdida de carácter en mosaico y homogeneización evidencian el avance de la intensificación productiva en los territorios de mayor potencialidad, así como el abandono de las áreas marginales. Estos procesos conllevan claras dinámicas de empobrecimiento ambiental a diferentes niveles y escalas, tanto de los paisajes rurales como de los hábitats y la biodiversidad que éstos albergan. Fruto de estas dinámicas han proliferado áreas forestales y arbustivas, así como espacios dominados por unos pocos usos, que incluyen desde monocultivos forrajeros a especies forestales exóticas como el eucalipto. Mientras, otros usos que enriquecían el paisaje en mosaico y proveían servicios esenciales, como los prados de siega, los pastizales de montaña o las tierras de policultivo, se desvanecen en el marco de un “Paraíso Natural” cada vez menos diverso, menos productivo y más frágil.

Estos cambios en los paisajes tienen profundas implicaciones en servicios ecosistémicos importantes e interdependientes como la biodiversidad y la seguridad alimentaria. Así, los cambios en los usos del suelo de amplias áreas asturianas han arrastrado dinámicas de pérdida de biodiversidad tanto silvestre como doméstica. Para la biodiversidad silvestre no faltan las voces de alarma frente a su declive, mientras el desplome del patrimonio genético local derivado de la desaparición de variedades vegetales y animales domésticas no goza del mismo esfuerzo de protección. La falta de apoyo a esta otra pieza esencial de la biodiversidad astur radica en gran medida en el desconocimiento de su papel tanto ecológico como estratégico. Sin embargo, nuestra seguridad alimentaria recae en gran medida en la conservación de nuestro rico patrimonio animal y vegetal local, es decir, de nuestra agrobiodiversidad.

La biodiversidad asentada en paisajes en mosaico, diversos y resilientes, es clave para enfrentarnos al Cambio Climático y a los riesgos asociados como los incendios, la expansión de plagas, el secuestro de carbono, etc. Los estudios científicos aclaran el origen y la dinámica de los diferentes gases involucrados en el Cambio Climático, y su relación con la ganadería extensiva, de forma que ésta pasa de ser parte del problema a parte de la solución. El 81% de las emisiones en España corresponden al CO2, uno de los principales gases responsables del calentamiento global. Este gas, generado a partir de combustibles fósiles asociados a actividades productivas con origen mayoritario urbano (industria, transportes, etc.), permanece en la atmósfera del orden de cientos de años, y su tasa de producción actual supera la capacidad de los ecosistemas de reciclarlo. Por su parte, el metano asociado al ganado supone el 12% de las emisiones, formando parte del ciclo del carbono de la biosfera y permaneciendo una media de 12 años. Recientes investigaciones revelan graves sobreestimaciones de las emisiones de metano, y confirman que las producciones extensivas en base a pasto concuerdan con sistemas capaces de llegar a la neutralidad climática, en tanto pueden captar más que emitir. Estos sistemas ganaderos son imprescindibles para la conservación de los pastos de montaña, sumideros estables y comparables a los bosques, pero cuya aportación no había formado parte de la fórmula con la que se calculaba el balance real de las explotaciones. Además, estos pastizales biodiversos estabilizan la capacidad de secuestro de otros hábitats como los bosques, potentes, pero frágiles sumideros, por su vulnerabilidad frente a riesgos emergentes como los incendios o las plagas.

El desafío ambiental que enfrenta la ganadería asturiana es por tanto complejo, requiere la conservación de la diversidad en sus diferentes ambientes y escalas, y debe afrontarse simultáneamente con los retos sociales y económicos asociados. Entre las posibles herramientas de apoyo, la PAC debe promover modelos productivos sostenibles mediante medidas agroambientales y eco-esquemas ajustados al territorio. Ello implica una transición en la aplicación de la PAC, que deje atrás “el café para todos” y reconozca y apoye los modelos de explotación y las producciones sostenibles, como las derivadas de la ganadería extensiva.