Tras vivir en varias ciudades de Europa y recorrer infinidad de lugares en bicicleta, el canadiense Tyrone Mactley encontró en Cabrales la motivación para emprender un proyecto vital que enlaza con la tradición. “Yo trabajaba en Barcelona. Había estudiado Humanidades y estaba en la recepción de un spa de lujo. Cobraba un sueldo decente pero, de alguna manera, sentía que había llegado a un callejón sin salida. No había aventura, ni novedad y la vida se me estaba haciendo aburrida. Entiendo que hay gente que necesite una rutina, pero yo sentía que no encontraba un techo para progresar por encima de eso”.
Esa búsqueda lo llevó hasta Arenas, donde se sintió aceptado desde el primer momento. “Estuve tres años viajando en bici y, cuando llegué aquí, tenía 3.000 euros ahorrados de vender pulseras, tocar la guitarra y hacer trabajos puntuales. De alguna manera, ahí compré una libertad porque me di cuenta de que, cualquier día, me puedo subir a una bicicleta y buscarme la vida. ”. Una lesión en una pierna, a consecuencia de su afición por la escalada, le sirvió para conocer más a fondo los parajes de Picos de Europa y dar un vuelco a su vida. “Pensé que era un sitio guapísimo y decidí descansar unos meses y caminar por el monte para recuperar. Al cabo de dos semanas, vi que era difícil vender pulseras cuando estás estacionario en un sitio, así que puse unos carteles para dar clases de inglés. El segundo alumno que tuve era un hombre mayor que hacía mercados y que quería aprender el idioma para vender. Me propuso quedarme un año aquí para darle clase y acepté. Me enamoré profundamente de este territorio, conocí a María, mi pareja, con la que llevo viviendo siete años, y me sirvió para tranquilizarme y asentarme en el lugar”. De aquellos primeros días, el canadiense recuerda que “el primer mes, yo no sabía quién era nadie y todos sabían quién era yo. Todo el mundo me ha tratado muy bien. Quizás porque, el día que llegué, conocí a un chaval que estaba integrado en el pueblo, que es carpintero y trabaja para mucha gente.
Me puse a trabajar con él, me hizo conocer a gente y, al final, si trabajas, eres educado y llegas sin prejuicios, tiene mucho que ver”. Pero fue una excursión a Portudera lo que hizo que Mactley se decidiera a emprender lo que hoy es la Ganadería Caoru, fundada hace cuatro años. “Fue la base emocional de este proyecto. Subí y vi la cantidad de trabajo humano que hay allí arriba. Es verdad que en todos los puertos de Asturias hay trabajo humano, pero quizá este sea donde más hay. Hay muros completos de piedra alrededor de los prados, hay cabañas y cuadras donde caben 26 vacas, pasillos entre los muros y carromatos en las canales de las cuadras… y todo ello en una orografía donde te preguntas por dónde lo llevaban”. Una experiencia en una cabaña fue el punto de inflexión. “Me pilló la niebla y me tocó dormir en una cuadra. Estaban los botes de comida a medias, fogones, hoyas un saco roído por los ratones… estaba todo preparado para volver, pero no volvieron. En cuanto bajé, le pregunté a un amigo y me contestó que, hace solo 30 años, todavía había gente que subía al puerto y se pasaba el verano ahí. Hace 60 años, había 300 familias viviendo allí arriba. Ahí es donde la cabeza se me empezó a modificar. El enlace y la tradición de vivir como hace 500 años no está perdido. Aquí hay gente de 40 años que, de niños, corrían por el puerto y que pueden enseñar y explicar”.
Casinas y cruces con Limousin
Respecto a su ganadería, con 42 animales, Tyron Mactley indica que “escogí vacas casinas y tengo un toro Limousin puro, pero también saco cruzado por tema de rentabilidad. El cruzado lo puedo sacar a los 16 meses, mientras que el casín lo tengo que sacar a los 27. Prefiero vender carne de forma regular y me encaja tener los dos tipos de animales en cuanto a manejo”. Una ayuda de los fondos europeos le sirvió para sentar las bases. “Tengo 28 nodrizas porque es una de las condiciones que exigen desde el plan de incorporación de la Unión Europea. Me metí en esto porque yo he puesto un modelo de negocio que ellos consideran que es rentable porque, de no ser así, no te lo pagan”. En cuanto a lo que suponen estas ayudas, el ganadero detalla que “te dan dos pagos: uno para que arranques y otro siempre y cuando cumplas con la normativa medioambiental y superes las revisiones de bienestar animal. Te gastas bastante más de lo que te dan para poder llevar a cabo el negocio pero te vas con una empresa formada si consigues hacerlo bien”.
Para su proyecto ganadero, Mactley descartó la modalidad ecológica porque “la mayoría de las carnes de Asturias vienen de la ganadería extensiva y las diferencias son escasas. En estos prados nunca se ha usado herbicida ni abono químico y lo que los rodea es un bosque. El manejo en Asturias es sostenible con la naturaleza. Por otro lado, está el tema económico. Yo no tengo prados suficientes para alimentar a los animales y al final tengo que comprar, pero hay muy pocos productores de forrajes en ecológico. La demanda es alta y la producción es escasa, lo que significa que es caro”. La alimentación es uno de los aspectos que Mactley cuida con esmero. Sus resultados son una carne entreverada, tierna y de máxima calidad que se puede adquirir a través de su página web. “Termino a los animales con un pienso compuesto, pero he buscado uno que a mí me parece sostenible desde mi criterio personal. Este tipo de pienso es de remolacha azucarera y maíz de desecho industrial. Tiramos todo eso y se sigue produciendo porque el gasto energético ya está hecho. Ese residuo se pelletiza y es un alimento extraordinario para los animales. He buscado que no tenga fijadores ni aditivos y que, dentro de lo que cabe, sea natural aunque haya un proceso industrial de por medio. Además, antes de ese pienso, mis animales viven un mínimo de 17 meses en libertad. Tuvieron tiempo de puerto con sus madres y un destete a los nueve meses”.
Precios justos
Respecto a los problemas a los que se enfrenta el sector primario en Asturias, Tyron Mactley considera que “es algo que pasa en todo el mundo. El principal, y creo que solucionándolo acabaría con el resto de problemas, es que hay que pagar un precio justo en el sector. Los productores tenemos que concienciarnos, pelear por lo nuestro y exigir lo que es justo. Si a mí me están pagando un precio justo por mi producto, podría utilizar la PAC para invertir y no para sobrevivir. Vender por debajo de costes significa que tu trabajo cuesta dinero. Eso es una auténtica barbaridad. Vender para cubrir costes tampoco, a no ser que incluyas en ellos el sueldo mínimo interprofesional. Para solucionar las cosas en el campo, la base es poder vivir de él”. En cuanto al papel que juegan los consumidores, el ganadero recalca que “la sociedad se tiene que meter en la cabeza que hay que buscar producto local y que hay que pagarlo. No hay más. Queremos que los que gobiernan nos solucionen la papeleta, pero no lo hacen porque ellos ya la tienen solucionada. Si queremos que sobreviva el campo, tenemos que trabajar por ello”.
Idealización de la naturaleza
Los daños ocasionados por el lobo tampoco son ajenos al ganadero, quien revela que “tengo uno confirmado y dos de los que sospecho. Con el lobo, no se trata de exterminarlo, sino que es algo más sencillo. Hay una serie de ejemplares que hay que matar. Es esa la palabra y no controlar. Y hay que hacerlo porque esos lobos se han acostumbrado a comer ganado. Ya no caza a sus presas naturales y no va a enseñar a sus crías a cazar. Son conflictivos para nosotros, pero también van a desmejorar la calidad genética de su propia especie. Ya no sobrevive el más fuerte, sino todos”.
Respecto a la visión de una sociedad que demanda proteger a los depredadores sin pensar en las consecuencias que supone para la cabaña ganadera, el canadiense se muestra contundente. “El problema con el lobo es una humanidad que se ha desconectado de la naturaleza por completo, que ha dejado de entender los equilibrios y de ser ecologista de verdad y que lo romantiza todo a un nivel de idealismo que no es realista. Hay una falta de educación brutal. Hay gente que idealiza la naturaleza y quiere vivir como hace 500 años pero no saben ni cultivar un tomate. Creo que idealizar la naturaleza es tan grave como el odio hacia ella”, añade.
Sin ganadería no hay futuro
Pese a que corren tiempos convulsos para el sector primario, Tyrone Mactley tiene claro que su supervivencia va ligada a la de toda la humanidad. “Llevamos seis mil años viviendo de la ganadería en Picos de Europa. El ser humano algo tiene que comer y esta es la opción más sostenible. Si queremos sobrevivir como humanidad, parte de ella, con el desarrollo moderno, medicinas y hospitales, tiene que volver a trabajar el campo de forma sostenible y tradicional. Si no hacemos eso, no hay futuro para nadie. Si el desarrollo nos lleva a estar todos en las ciudades y a producir en macrogranjas y no conseguimos unas condiciones dignas para ganaderos y agricultores, la aceleración del cambio climático será más acusada y nos llevará a la extinción”. Para revertir esa situación, el ganadero reivindica la necesidad de “darles unas condiciones cómodas y dignas a los productores para que puedan construir proyectos sólidos en el medio rural. No se trata de que nosotros vivamos como en la Edad Media para que tú vivas en el siglo XXI”.