Ha recorrido medio mundo y conocido diferentes culturas pero decidió asentarse en Asturias hace once años. Duncan Gray, inglés natural de York y experto en idiomas, descubrió nuestra región gracias al libro ‘Un sendero entre las nubes’, de Nicholas Crane. “Trata sobre un viaje que hizo desde Finisterre hasta Estambul caminando por las montañas. Hablaba tan bien de esta tierra que me llamó la atención y me animé a conocerla”. Para Gray, “en Asturias tenemos naturaleza, montaña y unas playas espectaculares que no tienen nada que envidiar a las del sur. Además, es un sitio ideal para hacer rutas en bicicleta, que es una de mis aficiones”. La tranquilidad fue otro factor a tener en cuenta para buscar casa y emprender una nueva vida. “Descarté la zona del Mediterráneo porque hay demasiado ‘guiri’. Creo que fue una buena elección porque estoy más cerca de mi familia cuando voy de visita”. En su primer viaje, descubrió una casa en Huexes, en el concejo de Parres y estuvo a punto de comprarla, pero hubo una circunstancia que le hizo cambiar de parecer. “Me enamoré del lugar, pero me di cuenta de que estaba al lado de una cantera y abandoné la idea porque quería un sitio más tranquilo”. Fue en su segundo viaje cuando encontró la que hoy es su casa. “Pasé por aquí haciendo una ruta en bicicleta y lo que más me atrajo fue que está pegada al río. Abrir la ventana y contemplar este paisaje fue lo que me llevó a comprarla. Podríamos decir que fue el río Sella el que me vendió la casa”, comenta entre risas.
Para conseguir su objetivo, Duncan Gray tuvo que irse a trabajar a otro continente. “Primero aprendí japonés gracias a que me gusta mucho el judo. Al terminar la universidad estuve en el ejército, pero tuve una lesión en una pierna y me echaron, así que me fui a Japón durante seis años para mejorar mi dominio del idioma. Luego, estuve dando clases de japonés en mi país. Después, me fui a China, donde permanecí seis años. También estuve trabajando en Indonesia dando clases de japonés en un instituto. Con lo que fui ahorrando, pude adquirir esta casa, que voy reformando poco a poco”. Su periplo por estos países hizo que a Gray no le cueste adaptarse. “Al final, seamos de donde seamos, todas las personas queremos comer, beber, amar y ser amados. En la superficie, puede haber diferencias culturales. Por ejemplo, los chinos son más cerrados pero, si profundizamos un poco, no somos tan distintos como creemos”, destaca. Respecto a su relación con los asturianos, Gray detalla que “me encanta su carácter. Son gente muy natural. En Inglaterra tenemos la idea de que los españoles sois gente muy extrovertida, pero aquí tenéis ese punto medio que me parece genial. Me gustan los pequeños detalles. Por ejemplo, cuando estoy comiendo en un restaurante, llega un desconocido y me desea buen provecho. Es algo inusual en mi país”. Si tuviese que poner alguna pega, el inglés señala que “cuando voy a Cangas de Onís y veo los coches aparcados en doble fila junto al supermercado, me vuelvo loco. Es algo que no me gusta”. En cuanto a la reforma que está realizando en su casa, Gray explica que “me costó encontrar gente seria. Aquí se trabaja con otros tiempos y, al principio, tuve pesadillas para encontrar un fontanero eficaz”.
La pandemia, desde China
La crisis sanitaria sorprendió a Duncan Gray visitando Australia en uno de los permisos vacacionales de su trabajo en China. “Cuando empezó a descontrolarse la situación, yo estaba en Tasmania. Me llegaron varios correos electrónicos avisando de que en China habían cerrado todos los colegios, lo que me hizo dudar de si ir a Pekín o no. Al final, pude entrar en el último avión antes de que cerrasen las fronteras”. En cuanto a cómo vivió la situación desde el país donde afloró la pandemia, el inglés explica que “durante las primeras semanas, entre enero y marzo, no había vida en las calles pero, poco a poco, volvieron a abrir los comercios y los bares. En mayo, abrieron también los institutos y pudimos recuperar cierta normalidad”, añade. Respecto a confinamientos y cierres perimetrales, Gray señala que “yo vivía en las afueras de la ciudad y no me tocó estar confinado. Tenía una tarjeta para entrar y salir, pero las restricciones fueron bastante suaves para mí. En cambio, tengo amigos que viven en el centro y no podían salir de casa”.
En cuanto a planes de futuro, el lingüista espera seguir disfrutando de la bicicleta y de Asturias junto a sus dos perras, Eva y Kipper, y trabaja en un método intensivo para aprender inglés. “Mi experiencia me ha hecho darme cuenta de que los planes didácticos establecidos están mal planteados. Es mejor dar 60 horas en un mes, que cuatro horas por semana durante un año”, afirma.