Eduardo Rodríguez Suárez, vecino de Coto Carcedo (Castrillón) y natural de Muros de Nalón, es uno de los 42 profesionales de a pie autorizados para la captura de la angula en el Plan de Gestión del Nalón, ligado a las cofradías de pescadores de San Juan de la Arena (Soto del Barco) y Cudillero.
El mito que envuelve al pescador artesanal no deja de ser eso, una leyenda. Lejos de la presunción casi generalizada de la obtención de unos ingresos desorbitados por las rulas de las primeras capturas y las sucesivas, aunque a menor escala, hasta finalizar campaña, con unos meses de trabajo y más de descanso dependiendo de la variedad de pesca y la temporada, nada tiene que ver con la realidad.
La profesión de pescador ya no es lo que era. Los elevados costes en equipación, “aunque el material se puede aprovechar de un año para otro, pero siempre hay que reponer algo: luces, baterías o alguna red nueva”, las dificultades burocráticas, “la legislación cada vez nos lo pone más complicado y oprimen el futuro de la pesca. Tengo un hijo de 12 años al que le encanta ir a pescar, y a mi me gustaría que continuase con esta afición como una segunda actividad, pero no creo que la legislación se lo permita”, la imprevisibilidad del medio para desarrollar el trabajo, siempre dependiente de las condiciones climatológicas y del río o la mar, añadido a los bajos precios de las presas alcanzados en los últimos tiempos, han denostado un sector cuyo historial recoge épocas de gran esplendor y dinamización de las pequeñas rulas de enclaves rurales como San Juan de la Arena (Soto del Barco).
De hecho, ahí se encuentran profesionales, que envueltos en halos de tradición e incluso romanticismo, preservan más por afición que por ingresos esta destreza ancestral en busca del ´oro blanco´: la angula –fase juvenil de la anguila-. Son pescadores que ante unos balances de costera poco alentadores que amenazan o tientan con tirar los aparejos con carácter definitivo ante la siguiente campaña “te vuelves a preparar con la misma ilusión, con muchas ganas de empezar otra vez”. Y es que esto es más que un oficio, es un estilo de vida.
Eduardo Rodríguez Suárez, vecino de Coto Carcedo, concejo de Castrillón, y natural de Muros de Nalón, va a la angula prácticamente desde que nació. También lo hacía su padre y sus hermanos e, incluso antes sus abuelos aunque en la actualidad “en la familia sólo quedo yo”. Empezó cuando tenía 16 años y hoy cuanta con 41. “Voy desde que surgieron las licencias, antes se podía ir con una deportiva”, aclara. De manera profesional, “desde que surgió la figura de autónomo”.
De noviembre a febrero
Compagina esta labor, cuya costera dura cuatro meses -de noviembre a febrero normalmente-, con un trabajo fijo en una auditoría de calidad. “En la angula no se gana mucho dinero, quizá lo parezca pero es muy difícil sacar rentabilidad en una campaña. Los ingresos son muy variables y puede haber meses en los que no pesques nada”.
El descenso de capturas es notable, “pero no es porque no haya. En el río Nalón queda muchísima angula. Cuando acaba la campaña aún hay porque sigue entrando hasta el mes de mayo y se queda en el río. Igual no completa el ciclo, quizá por contaminación, pero hay. También influye la climatología. Si no llueve, nosotros los que vamos por tierra, no pescamos nada”. Eduardo recuerda que en la última costera “el día que más cogí fue un kilo y medio. Lo normal de este año era coger gramos. Puedes pasar seis horas en el río, a veces más, y llevar 100 gramos”.
El cambio climático también tiene su efecto en este ámbito con la demarcación de periodos. “Si es verdad que la angula está muy cara, pero llegar a pescar en una noche un kilo es muy difícil y siempre hay gastos. Somos autónomos, hay que declararlo y el material hay que renovarlo. Sólo para pagar autónomos ya es casi un kilo de angulas, el promedio suele estar 350 euros por kilo más o menos y ya es un buen precio”.
Para el Plan de Gestión del Nalón, ligado a las cofradías de San Juan de la Arena y Cudillero, sólo están autorizados 42 anguleros de a pie, que mantienen una técnica primitiva que conserva la esencia del antes, cuyo don no sólo para el manejo, sino también de los utensilios y los puntos estratégicos donde ubicarse para desarrollar la jornada, se antoja hereditario y consiste en pescar a pie con ayuda de un cedazo y un farol a orillas del río, y se engancha “en oscuro y menguante”.