La salud. Ésa es la clave del éxito para José Antonio Iglesias de los cultivos ecológicos. Lleva más de 20 años dedicado a la agricultura, en especial al sembrado de la faba, “la enseña de la gastronomía asturiana”; de gran calidad y ecológica, certificada tanto por el Consejo Regulador de la IGP ´Faba Asturiana´como por el Consejo de la Producción Agraria Ecológica del Principado de Asturias, COPAE. En 2004, decide pasar de la agricultura tradicional a la orgánica aunque por aquel entonces “ya no utilizaba ni pesticidas ni herbicidas”, recuerda el agricultor. A partir de ahí, fue incorporando otras hortalizas y frutas de temporada, como la lechuga, acelga, tomate, calabaza, kiwi o manzanas, entre demás oferta, reduciendo el terreno a unos 5.000 metros de su huerta en Serín (Gijón), La Vega, para el laboreo de la alubia, “nuestro cultivo principal”. “La de esta zona es de muy buena calidad y la gente está contenta con ella. Esto me anima a seguir trabajando”, destaca Iglesias.
Conseguir la calidad del producto no es un proceso fácil, depende de las condiciones climatológicas de julio, agosto y septiembre y de la calidad de la tierra, “que tenga todos sus nutrientes”, explica, y apunta que “el agricultor influye una parte mínima, sólo en el manejo de la producción”.
La escasez de puntos de venta y la necesidad de comercializar sus productos originó hace unos 8 años la apertura de su tienda, en Gijón, con precios más competitivos, por una relación productor-consumidor sin intermediarios. Asimismo, acude a diferentes ferias especializadas como Ecollanera o cada segundo fin de semana de mes está presente en el gijonés Mercado Ecológico y Artesano.
El campo, una salida laboral
La joven Lucía Braña, natural del concejo de Belmonte de Miranda, encontró en el campo una salida laboral. Con 28 años, se ocupa desde hace cuatro de la finca El Tirabeque, ubicada en las afueras de Oviedo. Sabe que en este oficio no hay horarios, y dependiendo de la época del año en la que se encuentre, tampoco días libres, pero es una profesión que “me gusta mucho, vi oportunidad de negocio y con la que me va muy bien”, destaca la agricultora.
Aprovechó el plan de ayudas a la incorporación de jóvenes al campo para iniciarse como autónomo y así poder emprender este proyecto desde los cimientos. Compró el terreno y se puso con empeño a ello. Su huerta, de 6.000 metros tiene instalados cuatro invernaderos de cuarenta metros de largo por cuarenta nueve de ancho que cobijan guisantes y lechugas, además de su cultivo insignia, los tomates. Este año produjo más de 8.000 kilos. También dispone de un gallinero con más de 40 gallinas. Berza, acelga, repollo, coliflores, entre otros, componen su amplia carta, cuya demanda siempre debe ajustarse a la temporada.
Su clave del éxito es sin duda la venta directa del género, un canal de comercialización que favorece la relación estable entre productor y consumidor, sumado a precios competitivos y “razonables”. De hecho, reparte por la capital asturiana y alrededores cestas con verduras variadas y de campaña por “unos 15 euros, dependiendo de lo que pida el cliente”. Los pedidos pueden variar, al igual que el importe, a demanda del consumidor. Son entre 30 y 40 cestas a la semana que distribuye por domicilios. Asimismo, también vende a establecimientos.
No se trata de agricultura ecológica pero si convencional, con un uso responsable de abonos y pesticidas. “Lo intento hacer lo más natural posible. El tomate sabe a tomate, que es lo que valora el cliente”, explica, y concreta que “lo que mejor funciona es el boca a boca”.